Una tarde por Madrid
Alejandra
y yo habíamos quedado para ir a patinar sobre hielo en una zona céntrica de
Madrid.
Nos
vimos en la puerta, desde lejos, a mí se me escapaba una risilla por la
comisura según avanzaba hacia ella. Tenía muchas ganas de verla, y por lo que
adivino en su sonrisa abierta, ella también lo deseaba.
-Hola
Alex – le saludo mientras beso sus sonrojadas mejillas – por fin, ya estamos
aquí.
-Hola,
ya pensaba que te habías perdido. Llevo 10 minutos esperándote.
-Lo
bueno se hace esperar, pequeña.
A
continuación pasamos al recinto.
-¡Vaya
cola! ¡Parece que regalen las entradas para patinar!
-Es
normal que haya tanta gente, es domingo y ¿a quién no le apetece un poco de
fresco en verano?
Durante
la espera hablamos de diferentes temas, sobre el medio ambiente, la
contaminación, etc. Aunque pronto pasó al terreno personal: vivencias, cosas
que hacer, el trabajo, los amigos.
Una vez
en la pista de patinaje, entré poco a poco afianzando los pies en el hielo,
mientras que ella ya estaba dando la primera vuelta de calentamiento.
-Parece
que has nacido para patinar Alex.
-Siempre
me ha gustado el patinaje, me alegro que hayamos venido aquí. Pero venga,
¡lánzate!
-¡Voy!
– Anuncio a la vez que empiezo a moverme un poco más suelto – Debes ser tan
buena enseñando como patinando pues solo de verte me ha dado fuerzas.
-Poco a
poco, roma no se hizo en un día nene.
-Con
tus instrucciones, tal vez tardaría 2.
Tras
esto nos pusimos a patinar durante una larga hora donde nuestras miradas se
cruzaban entre la multitud, hubo algunos momentos que patinamos de la mano cual
parejita feliz. En un momento dado, ella se acercó a toda velocidad por detrás
de mí, me empujó contra la valla y lentamente su boca buscó la mía en lo que
fue un fugaz morreo en toda regla. Al instante escapó dejándome perplejo a la
vez que conseguía una de mis metas de esa tarde.
El
patinaje dio lugar a cierto cansancio, con lo que nos fuimos a sentar mientras
tomábamos un refresco y un pitillo.
-No
sabía yo que patinar fuese tan divertido, quizás no había encontrado antes
alguien que despertara en mí el suficiente interés como para hacerlo.
-Lo
haces muy bien, y más con una maestra tan buena como yo.
-Es
cierto que estás buena, pero eso no viene al caso.
-Hay
que tontito – espeta a la vez que se le suben los colores.
-Es el
momento de ir a cenar – cambiando de tema – me muero por una buena hamburguesa
en este instante.
-Pues
estas de suerte, conozco una hamburguesería que te va a quitar el poco aliento
que te queda.
-¿Poco?
¡Todavía me quedan fuerzas para hacerlo 2 veces más cuanto menos! No vas a
poder conmigo tan fácilmente.
La
hamburguesería me recordaba a aquellas pelis antiguas estadounidenses, lo que
hacía que me sintiera a gusto en ese local.
-¿Te
has fijado en la decoración? Parece que estemos a kilómetros de distancia. ¿De
donde has sacado este sitio?
-Es la
primera vez que vengo, mis amigos me lo recomendaron y he hecho bien en confiar
en ellos.
-A una
persona se la puede juzgar a través de sus amigos.
-He
tenido suerte al encontrarme con ellos, no sé qué verán en mí…
-Pues
salta a la vista, eres una chica genial.
-¿Y que
tengo yo de genial?
-Para
empezar, tus ojos, tienen algo especial; son de esos que penetran hasta el
propio cerebro y son capaces de leerme la mente.
-No sé
de donde sacas eso la verdad, tengo unos ojos normalitos.
-Un
gran poder conlleva una gran responsabilidad. Entiendo que no puedas mostrar
tus poderes a la primera de cambio.
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