domingo, 27 de noviembre de 2011

Una tarde por Madrid


Una tarde por Madrid

Alejandra y yo habíamos quedado para ir a patinar sobre hielo en una zona céntrica de Madrid.
Nos vimos en la puerta, desde lejos, a mí se me escapaba una risilla por la comisura según avanzaba hacia ella. Tenía muchas ganas de verla, y por lo que adivino en su sonrisa abierta, ella también lo deseaba.
-Hola Alex – le saludo mientras beso sus sonrojadas mejillas – por fin, ya estamos aquí.
-Hola, ya pensaba que te habías perdido. Llevo 10 minutos esperándote.
-Lo bueno se hace esperar, pequeña.

A continuación pasamos al recinto.
-¡Vaya cola! ¡Parece que regalen las entradas para patinar!
-Es normal que haya tanta gente, es domingo y ¿a quién no le apetece un poco de fresco en verano?
Durante la espera hablamos de diferentes temas, sobre el medio ambiente, la contaminación, etc. Aunque pronto pasó al terreno personal: vivencias, cosas que hacer, el trabajo, los amigos.

Una vez en la pista de patinaje, entré poco a poco afianzando los pies en el hielo, mientras que ella ya estaba dando la primera vuelta de calentamiento.
-Parece que has nacido para patinar Alex.
-Siempre me ha gustado el patinaje, me alegro que hayamos venido aquí. Pero venga, ¡lánzate!
-¡Voy! – Anuncio a la vez que empiezo a moverme un poco más suelto – Debes ser tan buena enseñando como patinando pues solo de verte me ha dado fuerzas.
-Poco a poco, roma no se hizo en un día nene.
-Con tus instrucciones, tal vez tardaría 2.
Tras esto nos pusimos a patinar durante una larga hora donde nuestras miradas se cruzaban entre la multitud, hubo algunos momentos que patinamos de la mano cual parejita feliz. En un momento dado, ella se acercó a toda velocidad por detrás de mí, me empujó contra la valla y lentamente su boca buscó la mía en lo que fue un fugaz morreo en toda regla. Al instante escapó dejándome perplejo a la vez que conseguía una de mis metas de esa tarde.



El patinaje dio lugar a cierto cansancio, con lo que nos fuimos a sentar mientras tomábamos un refresco y un pitillo.
-No sabía yo que patinar fuese tan divertido, quizás no había encontrado antes alguien que despertara en mí el suficiente interés como para hacerlo.
-Lo haces muy bien, y más con una maestra tan buena como yo.
-Es cierto que estás buena, pero eso no viene al caso.
-Hay que tontito – espeta a la vez que se le suben los colores.
-Es el momento de ir a cenar – cambiando de tema – me muero por una buena hamburguesa en este instante.
-Pues estas de suerte, conozco una hamburguesería que te va a quitar el poco aliento que te queda.
-¿Poco? ¡Todavía me quedan fuerzas para hacerlo 2 veces más cuanto menos! No vas a poder conmigo tan fácilmente.

La hamburguesería me recordaba a aquellas pelis antiguas estadounidenses, lo que hacía que me sintiera a gusto en ese local.
-¿Te has fijado en la decoración? Parece que estemos a kilómetros de distancia. ¿De donde has sacado este sitio?
-Es la primera vez que vengo, mis amigos me lo recomendaron y he hecho bien en confiar en ellos.
-A una persona se la puede juzgar a través de sus amigos.
-He tenido suerte al encontrarme con ellos, no sé qué verán en mí…
-Pues salta a la vista, eres una chica genial.
-¿Y que tengo yo de genial?
-Para empezar, tus ojos, tienen algo especial; son de esos que penetran hasta el propio cerebro y son capaces de leerme la mente.
-No sé de donde sacas eso la verdad, tengo unos ojos normalitos.
-Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Entiendo que no puedas mostrar tus poderes a la primera de cambio.

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